viernes, enero 22, 2010

(...)

En sufridas vísperas de una nota crucial,
un café a orillas del aula doce de la facultad
brotaban nervios impropios, un decir sin hablar,
ojeras post parcial difamaban un corazón de metal.

No me pregunten por qué, el reloj marcaba las diez,
entramos al telo más cercano sin mediar tercer beso.
Ayer sólo conocía su venir y su apellido Cortés;
hoy le sumé, su nombre Natalia, el milagro en sus dedos.

Sin histerias ni historias, la mujer quería gozar,
yo dispuesto a servir, ambos dispuestos a probar,
para que nos vamos a engañar con discusiones ateas,
no hay mujer que te enseñe a besar cuando no te desea.

Interrumpió el celular anunciando que era su cumpleaños,
a festejar, la convencí de volver a jugar tomando un champagne
en copas de cuerpos desnudos pseudos enamorados…
Nunca supe su edad, me perdí en sus curvas pintando su arte.

Como todo señor que escapa a sus miedos, me jacté no serlo,
me volví a enamorar en el éxtasis del encuentro casual,
eran tiempos de deudas pendientes, de estar y escapar,
dictamen letal, aprendí a gozar antes del tercer tiempo.
.
En la puerta de un taxi en callao,
la adicción a sus dedos, una marca en su cuello,
la vi perderse sin más, me dije que hombre más lento
como vas a volverla a encontrar sin robar su teléfono.

El destino aquel viernes nos encontró en Retiro,
la mirada decreto, hipócrita saludo de amigos,
nunca sacamos pasaje, nunca llegamos a tiempo,
me dijo: No podías no aprender a besar; ¡Como te deseo!

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